No te amo como si fueras rosa de sal, topacio
o flecha de claveles que propagan el fuego:
te amo como se aman ciertas cosas oscuras,
secretamente, entre la sombra y el alma.
Te amo como la planta que no florece y lleva
dentro de sí, escondida, la luz de aquellas flores,
y gracias a tu amor vive oscuro en mi cuerpo
el apretado aroma que ascendió de la tierra.
Te amo sin saber cómo, ni cuándo, ni de dónde,
te amo directamente sin problemas ni orgullo:
así te amo porque no sé amar de otra manera,
sino así de este modo en que no soy ni eres,
tan cerca que tu mano sobre mi pecho es mía,
tan cerca que se cierran tus ojos con mi sueño.
Ha vuelto a ocurrir: alguno de mis amigos en las redes sociales ha visto a Patch Adams y ha decidido compartir en su muro el bellísimo poema que Robin Williams recitó entre lágrimas ante la tumba de su amada. Hasta aquí, nada malo; el único problema es que, en lugar del autor, escribe simplemente Patch Adams. El inventor de la risoterapia es sin duda un genio, pero no precisamente en el campo de la poesía.
El Soneto XVII es en realidad obra del poeta chileno Pablo Neruda, nombre artístico de Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto (1904-1973), y está extraído de la colección Cien sonetos de amor (1960). La colección se abre con una dedicatoria a su (tercera) esposa Matilde Urrutia, a quien Neruda llama señora mía muy amada, en la que se disculpa por la poca sofisticación de estos sonetos, hechos, según él, de madera.
En realidad, estos forman parte, con todo derecho, de los poemas de amor más bellos de todos los tiempos. La visión del amor es, para el poeta, totalizadora: convierte a la mujer en tierra, aire, fuego y agua; la mujer es ese pan cotidiano que alimenta al hombre:
La luz que de tus pies sube a tu cabellera,
la turgencia que envuelve tu forma delicada,
no es de nácar marino, nunca de plata fría:
eres de pan, de pan amado por el fuego.
La harina levantó su granero contigo
y creció incrementada por la edad venturosa,
cuando los cereales duplicaron tu pecho
mi amor era el carbón trabajando en la tierra.
Oh, pan tu frente, pan tus piernas, pan tu boca,
pan que devoro y nace con luz cada mañana,
bienamada, bandera de las panaderías,
una lección de sangre te dio el fuego,
de la harina aprendiste a ser sagrada,
y del pan el idioma y el aroma.
Es un demonio, pero también es una amiga. Al leer los sonetos, parece que el principal objetivo en la vida de Neruda fuera encontrar a su alma gemela (tú y yo teníamos que simplemente amarnos), y Matilde, su bienamada, logró llenar el otoño de regalos:
Antes de amarte, amor, nada era mío:
vacilé por las calles y las cosas:
nada contaba ni tenía nombre:
el mundo era del aire que esperaba.
Yo conocí salones cenicientos,
túneles habitados por la luna,
hangares crueles que se despedían,
preguntas que insistían en la arena.
Todo estaba vacío, muerto y mudo,
caído, abandonado y decaído,
todo era inalienablemente ajeno,
todo era de los otros y de nadie,
hasta que tu belleza y tu pobreza
llenaron el otoño de regalos.
El amor adopta todas las formas: ese amor desgarrador y cruel que convierte el corazón en un camino quemante y se asemeja a un combate de relámpagos; ese amor pasional y erótico (Tengo hambre de tu boca, de tu voz, de tu pelo); ese amor sin el cual no se puede vivir y que detiene el tiempo; ese amor que no tiene razones; ese amor simple, cotidiano y tierno de un marido que mira con adoración a su esposa mientras ella barre el suelo.
Es ese amor el que inspira versos exquisitos como:
Sabrás que no te amo y que te amo
puesto que de dos modos es la vida,
la palabra es un ala del silencio,
el fuego tiene una mitad de frío.
Yo te amo para comenzar a amarte,
para recomenzar el infinito
y para no dejar de amarte nunca:
por eso no te amo todavía.
Te amo y no te amo como si tuviera
en mis manos las llaves de la dicha
y un incierto destino desdichado.
Mi amor tiene dos vidas para amarte.
Por eso te amo cuando no te amo
y por eso te amo cuando te amo.